De tanto usar un concepto, a veces acaba perdiendo su significado. Es lo que parece que está pasando últimamente con el concepto de innovación, al que muchas empresas se están agarrando como a un clavo ardiendo en estos tiempos tan complicados, pero que por manido, reducido al absurdo, mal definido y mal utilizado, en muchos casos no está dando los resultados esperados.
La innovación no es un fin en sí misma, no siempre va asociada a grandes inversiones en nuevas tecnologías ni a la contratación de grandes gurús o expertos y no es un recurso puntual que se pueda utilizar como comodín en un momento complicado y que nos rescate para una larga temporada.
La innovación, desde nuestro punto de vista, es un medio, tiene que ir dirigida por el sentido común, debe implicar a todas las personas que trabajan con nosotros y debe ir siempre centrada en nuestros clientes.
Podemos buscar la inspiración en muchos sitios e innovar en aspectos muy diferentes, desde nuestro modelo de negocio a nuestra gestión, pasando por nuestros productos y servicios, nuestras estrategias de marketing o nuestra forma de aprovechar la tecnología. Pero siempre con el objetivo de encontrar nuevas formas de aportar valor que atraigan a nuevos clientes o que fidelicen todavía más a los que ya son nuestros clientes.
¿De qué nos sirve algo nuevo si nadie lo necesita ni valora? La innovación debe ser un ciclo continuo que nos proporcione la agilidad necesaria para responder a las nuevas necesidades de nuestros clientes en cada momento.
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